Piensa en tu infancia por un momento. Tal vez vienen a tu mente las risas, los juegos, los abrazos cálidos. O quizá recuerdes algo más tenue, como una sensación de vacío emocional, de no haber sido suficiente, de haberte sentido rechazado/a o ignorado/a.
Eso, precisamente, son las heridas de la infancia: marcas emocionales que no se ven, pero que influyen silenciosamente en cómo amas, te relacionas y, en ocasiones, en cómo sufres.
Durante esos primeros años, nuestra mente es como un lienzo en blanco. Todo lo que vivimos se queda grabado: el amor que recibimos, pero también el que nos faltó. Puede ser un grito inesperado, una palabra hiriente o la ausencia de alguien importante. Aunque las imágenes se desvanezcan con el tiempo, las emociones permanecen, moldeando nuestra forma de entender el amor y de relacionarnos con los demás.
¿Cómo afectan a las relaciones de pareja?
“¿Por qué siempre elijo mal?”, “Tengo miedo de que me abandonen”, “No sé cómo confiar”… Estas frases, comunes en terapia, son ecos de esas heridas. Las cicatrices emocionales de nuestra infancia nos acompañan, especialmente en el amor, donde más vulnerables nos mostramos.
Por ejemplo, si sentiste abandono de pequeño, podrías buscar inconscientemente parejas que confirmen ese temor, eligiendo personas emocionalmente distantes. Si sufriste rechazo, quizás te cuesta abrirte y confiar, temiendo ser herido otra vez. Y si tuviste que “ganarte” el amor, es probable que hoy sientas que debes hacer siempre más para ser querido/a.
El amor despierta a nuestro/a “niño/a interior”. Y si está herido/a, buscará sanar a través de la pareja, esperando validación, seguridad o reparación. Pero, muchas veces, esta búsqueda no lleva más que a patrones tóxicos y relaciones insatisfactorias.
Tipos de heridas emocionales y sus efectos
1) Herida de abandono
Es el dolor de sentir que quienes debían estar para ti no lo estuvieron. Esto puede manifestarse en la adultez como miedo a la soledad, dependencia emocional o celos.
2) Herida de rechazo
Cuando experimentamos el rechazo temprano, aprendemos a protegernos. De adultos, podemos evitar la intimidad, esconder nuestras emociones o vivir con inseguridades profundas.
3) Herida de humillación
Haber sido avergonzado o ridiculizado en la infancia puede llevar a buscar constantemente aprobación o a evitar mostrarte vulnerable.
4) Herida de traición
Si tu confianza fue rota de pequeño, podrías desarrollar desconfianza en los demás, celos o necesidad de controlar todo en la relación.
5) Herida de injusticia
Haber sentido que las cosas no eran justas contigo puede llevar a la autoexigencia extrema o a invalidar tus propias emociones.
¿Cómo sanar las heridas de la infancia para amar mejor?
Sanar no es sencillo, pero sí posible. Dar este paso implica coraje, tiempo y, sobre todo, aprender a quererte de verdad. Aquí te dejo algunas ideas para comenzar
Reconoce tus heridas: la sanación empieza cuando le das un nombre a tus heridas. Pregúntate: ¿Qué situaciones de mi infancia aún me duelen? ¿Qué patrones estoy repitiendo en mis relaciones?.
Busca apoyo profesional: la terapia puede ser una herramienta transformadora, ayudándote a desactivar esas respuestas emocionales automáticas que ya no te sirven.
Abraza la autocompasión: habla contigo mismo/a con la misma empatía con la que consolarías a una persona querida. Deja de juzgarte por lo que viviste o por cómo respondes al dolor.
Rompe patrones tóxicos: sé consciente de tus elecciones en el amor. Pregúntate: ¿Esta decisión está guiada por mis heridas o por el amor que quiero construir?
Aprende sobre el amor sano: educarte emocionalmente te permite comunicarte mejor, expresar tus necesidades y construir relaciones basadas en el respeto y la conexión auténtica.
Sanar no es olvidar, es aprender a vivir con el eco de aquello que nos dolió, hasta que deje de dirigir nuestras elecciones.
Tus heridas no definen quién eres, pero sí influyen en cómo amas y te dejas amar. Sanar no significa borrar el pasado, sino integrarlo para que deje de gobernar tu presente.
Imagina un amor donde no tengas que demostrar nada, donde puedas ser tú, auténtico/a, libre. Ese amor empieza contigo, abrazando a ese/a niño/a interior que solo quiere ser visto, escuchado y, sobre todo, querido.