Hay personas que quieren estar bien, pero no saben cómo. Que lo tienen “todo” para ser felices, pero la niebla no se disipa. Están ahí, contigo, pero no están del todo. Si convives con alguien que lucha a diario con una tristeza constante, probablemente estés conviviendo con la distimia, también conocida como trastorno depresivo persistente.
A diferencia de los altibajos emocionales típicos que todos atravesamos, la distimia es una especie de melancolía de fondo, sutil pero constante, que no grita, pero pesa. Y cuando se instala en una relación de pareja, lo hace en silencio… pero se nota. En este artículo quiero contarte cómo este trastorno puede afectar los vínculos íntimos, y cómo entenderlo puede ser el primer paso para mejorar la relación de pareja.
¿Qué es la distimia?
La distimia, también conocida como trastorno depresivo persistente, es una forma de depresión crónica. A diferencia de la depresión mayor, sus síntomas son más leves, pero duran mucho más: al menos dos años en adultos, un año en adolescentes. No es la tristeza intensa que paraliza, sino un estado de ánimo bajo y constante que merma la energía, la motivación y la percepción de uno mismo y del mundo.
Para entender qué significa trastorno distémico, imagina que alguien vive la vida con una especie de filtro gris que todo lo atenúa. No es que no quiera estar bien. Es que no puede. Porque su cerebro ha aprendido a interpretar la vida desde una especie de resignación permanente.
¿Cómo afecta la distimia en mi relación de pareja?
La distimia puede ser como ese tercer huésped invisible que se sienta entre dos personas. Si estás en pareja con alguien que la padece, es posible que te sientas solo o sola incluso cuando la otra persona está físicamente presente. Tal vez veas cómo se apaga poco a poco, cómo evita planes, cómo se encierra en su mundo sin saber muy bien por qué.
La distimia y pareja muchas veces conviven en silencio, y ahí empieza el problema. Porque se pueden generar crisis de pareja donde uno siente que da más, que arrastra al otro, que no recibe el afecto o la vitalidad que necesita. Se instala la frustración, la confusión, incluso la culpa: “¿ya no me quiere?”, “¿estoy haciendo algo mal?”, “¿esto es normal en las etapas de una relación?”
Y no siempre se habla de esto. Porque quien padece distimia suele sentir también baja autoestima, vergüenza o culpa por no “ser suficiente”, y eso impide que pida ayuda o que reconozca lo que le pasa.
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Síntomas de la distimia
Aunque cada persona es distinta, los síntomas más frecuentes de la distimia incluyen:
• Estado de ánimo bajo casi todos los días.
• Dificultad para disfrutar de las cosas cotidianas.
• Fatiga persistente, incluso tras descansar.
• Cambios en el apetito o el sueño.
• Irritabilidad inexplicable o sensibilidad excesiva.
• Sensación constante de inutilidad o culpa.
• Dificultades para concentrarse o tomar decisiones.
• Evitación de relaciones interpersonales.
• Bajo deseo sexual, lo que también puede afectar la distimia y sexualidad dentro de la relación.
Así, no hablamos solo de tristeza: hablamos de una vida emocional plana, en la que la persona no se siente conectada ni consigo ni con los demás.do a sobrevivir así. la mentira como herramienta para mantener una imagen grandiosa de sí mismo y manipular a los demás.
La distimia es incapacitante
Aunque muchas personas con distimia logran mantener sus responsabilidades laborales o familiares, eso no significa que no estén sufriendo. Además, muchas otras personas sí pueden dejar de hacer una “vida normal”, y es por ello que a veces la distimia es incapacitante. Hablamos de una forma de depresión silenciosa, pero que consume energía emocional como una gotera que no cesa.
Por otro lado, a veces incluso la distimia se confunde con el carácter. Frases como “siempre ha sido así” o “es muy cerrado” pueden esconder años de sufrimiento emocional mal comprendido. Y en pareja, esto puede convertirse en un gran peso.
¿Cómo convivir con una persona con distimia?
No es fácil. Y decirlo no es falta de empatía, es honestidad. Amar a alguien con distimia implica comprender que no es pereza ni desinterés. Que cuando se encierra no te está rechazando, se está protegiendo. Que cuando no celebra contigo, no es que no le importe, es que no le sale.
Vamos con un ejemplo cotidiano: tu pareja llega del trabajo, se sienta en el sofá, no habla mucho, no pregunta cómo ha ido tu día. Tú sientes que no le importa. Pero quizá, en su cabeza, está luchando por no venirse abajo, por parecer “normal”, por no llorar delante de ti sin motivo aparente.
La clave está en el vínculo: hablar sin reproches, expresar sin exigir, sostener sin salvar. Buscar momentos de conexión emocional (aunque sean breves) y entender que la pareja no puede ser el terapeuta. Pero sí puede ser un espejo compasivo.
Cómo salir de la distimia
Salir de la distimia no es cuestión de “ponerle ganas”. Es un proceso terapéutico profundo. Implica entender el origen de ese malestar crónico (muchas veces vinculado a heridas tempranas), trabajar la ansiedad, las relaciones interpersonales y la autoestima, y reconectar con el cuerpo, el deseo y el placer.
En terapia, trabajamos con herramientas específicas como la reestructuración cognitiva, el abordaje emocional, el trabajo con el cuerpo y el trauma relacional. También puede ser útil un abordaje farmacológico en determinados casos, acompañado siempre por psicoterapia.
La buena noticia es que la distimia sí tiene salida. Con acompañamiento adecuado, la persona puede empezar a recordar quién era antes de sentirse así, y recuperar poco a poco la conexión con los demás… y consigo misma.
La importancia de pedir ayuda
Si tu pareja sufre distimia, o si eres tú mismo quien la sufre, todo esto lo sabrás; que la distimia puede vivirse como una herida abierta que no acaba de curar, aunque “hagamos vida normal”. Y es que afecta profundamente a las relaciones de pareja, no porque falte amor, sino porque hay un tema de salud mental.
Si estás en una relación donde hay distimia, te animo a pedir ayuda, a informarte y a hablar con profesionales. No para “arreglar” al otro, sino para comprender, sostenerte y poner límites sanos. Y si eres tú quien vive bajo ese cielo gris, mereces saber que existe otra forma de habitarte y de vivir. Y que puedes volver a brillar. Aunque ahora mismo no lo sientas.


