A veces, sentimos que algo dentro de nosotros se apaga. Que deberíamos llorar, gritar, reaccionar… pero no podemos. Como si una parte emocional estuviera en modo avión. No es frialdad, no es indiferencia. Es disociación emocional.
Este fenómeno, tan poco comprendido y tan común entre quienes han crecido con vínculos inseguros, tiene mucho que ver con cómo aprendimos a amar —y a protegernos del amor—. Si alguna vez te has sorprendido diciendo: “sé que debería estar triste, pero no siento nada”, puede que esto te resuene más de lo que crees.
¿Qué es la disociación emocional?
La disociación emocional es un mecanismo automático del cerebro para protegernos cuando sentir emociones resulta demasiado doloroso o abrumador. No es una elección consciente, sino una respuesta aprendida, especialmente en personas que han vivido traumas relacionales o apegos inseguros en la infancia.
Cuando nuestras emociones no fueron acogidas o fueron castigadas, el sistema nervioso aprendió que era más seguro desconectarse de lo que sentíamos. Así, la persona puede parecer fría, indiferente o racional, pero en realidad está emocionalmente desconectada para sobrevivir.
Esta desconexión se manifiesta como: no saber qué se siente, reacciones planas ante situaciones intensas o sentirse “vacío” emocionalmente. Es una forma de evitar el colapso emocional, una anestesia emocional para no sufrir más.
Así, podríamos decir que se trata de una desconexión entre lo que sentimos y lo que mostramos, entre lo que ocurre dentro y lo que expresamos fuera. Es como si el volumen de nuestras emociones se apagara o se distorsionara para que no molesten.
Muchas personas lo viven sin saberlo. Por ejemplo, alguien que sufre una pérdida importante, pero no llora ni siente tristeza aparente, o quien, después de una traición, simplemente “sigue con su vida” como si nada hubiese pasado. En el fondo, la emoción está, pero está bloqueada. Esto, precisamente, es disociación emocional.
La disociación como mecanismo de defensa
La disociación emocional no aparece porque sí. Es una defensa, un refugio inconsciente ante experiencias que superan nuestra capacidad de sostenerlas emocionalmente (experiencias traumáticas). Es lo que hace el cerebro cuando siente que “esto es demasiado”.
Cuando éramos pequeños y nuestras emociones no fueron acogidas (por ejemplo, cuando un adulto ridiculizaba nuestro llanto o nos pedía que no “exageráramos”), aprendimos que sentir era peligroso. Y entonces, sin saberlo, nuestro sistema empezó a disociar para protegernos.
Disociar no siempre es algo extremo. A veces lo hacemos sin darnos cuenta: conducir sin recordar cómo llegamos, mirar sin ver, escuchar sin registrar. Pero cuando hablamos de disociación emocional, nos referimos a una anestesia interna que impide vivir con plenitud lo que sentimos.
Causas de la disociación emocional
Las raíces de la disociación emocional suelen estar en apegos inseguros. El apego ambivalente, por ejemplo, hace que vivamos las relaciones con ansiedad y miedo a ser abandonados. Por otro lado, el apego evitativo nos lleva a desconectarnos del otro y de nuestras propias emociones, como forma de protegernos del rechazo.
En ambos casos, la emoción queda atrapada en un lugar profundo del inconsciente, no por falta de sensibilidad, sino por exceso de dolor. Muchas personas que han vivido traumas después de una relación tóxica desarrollan esta desconexión como forma de sobrevivir. Han aprendido que sentir puede doler tanto que es mejor no sentir.
También puede haber factores neurobiológicos en juego: cuando estamos bajo estrés prolongado, el cerebro activa modos de supervivencia que priorizan la seguridad frente a la conexión emocional.
Síntomas y ejemplos de este tipo de disociación
¿Cómo saber si estás disociando emocionalmente? Algunas señales comunes son:
- Sentir que “deberías” estar sintiendo algo, pero no sentir nada.
- Dificultad para conectar con lo que sientes en una discusión de pareja.
- Escuchar malas noticias y reaccionar con frialdad, como si no te afectaran.
- Hablar de eventos muy dolorosos con una calma excesiva, sin expresión emocional.
- Sentir que tu cuerpo está presente, pero tu mente no.
A esto se le pueden sumar síntomas como la despersonalización (sentirte ajeno a ti mismo) o la desrealización (sentir que el mundo no es real). Todo esto forma parte del espectro de lo que es disociar.
Un ejemplo: Andrea, después de años en una relación donde su pareja la humillaba y manipulaba, ha aprendido a “apagar” su emoción en cuanto alguien la confronta. Siente una especie de niebla interna, una especie de apagón. No es que no le importe, es que ha aprendido a sobrevivir así. la mentira como herramienta para mantener una imagen grandiosa de sí mismo y manipular a los demás.
Cómo afecta a la hora de establecer relaciones
La disociación emocional es una barrera a veces invisible, pero siempre potente para la intimidad. Cuando no puedes conectar con tus propias emociones, difícilmente puedes hacerlo con las de los demás.
Esto puede hacer que te etiqueten como “fría” o “distante”, cuando en realidad estás herida. Y no sólo eso: muchas veces atraemos a personas que refuerzan este patrón. Relaciones donde no se habla de lo que se siente, donde el otro tampoco sabe sostener la emoción, o incluso donde hay abuso emocional.
Además, hay un impacto emocional acumulativo: al no expresar lo que sentimos, lo acumulamos. Y ese cúmulo suele salir después en forma de ansiedad, tristeza o incluso síntomas físicos.
A veces, incluso, se puede formar una persona que se mueve por la vida en automático, como si viviera en una versión gris de la realidad, donde el entusiasmo y el dolor están igualmente anestesiados.
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Aprender a volver a sentir
La disociación emocional no es un defecto de personalidad. Es un recurso que alguna vez nos salvó. Pero lo que nos protegió ayer, puede limitarnos hoy. Identificarla tal vez sea el primer paso para empezar a conectar con uno mismo y, desde ahí, con los demás.
En terapia, trabajamos precisamente eso: dar un espacio seguro a lo que una vez fue reprimido. No para forzarlo a salir, sino para permitirle existir. Porque sanar no es forzar sentir, sino permitirnos volver a sentir con amabilidad.
Y tú, ¿cuántas veces has tenido que apagar tu emoción para sobrevivir? Tal vez no estés roto. Tal vez seas alguien que aprendió a protegerse muy bien. Y ahora, quizás, haya llegado el momento de aprender a volver a sentir.
Párate a pensar
Si sientes que siempre te mienten y sospechas que podrías estar en una relación con un mitómano, es clave que te detengas a reflexionar sobre cómo te afecta esta dinámica. La mitomanía, además de dañar la relación, puede tener un impacto profundo en tu bienestar emocional.
Buscar apoyo psicológico puede ayudarte a entender la situación y a tomar decisiones más conscientes sobre tu futuro. Recuerda que mereces una relación donde la sinceridad esté presente y donde te sientas valorado.